viernes, 26 de octubre de 2007

Ana y yo

¡Porque no se me da la gana! contestó Ana y se alejó con pasos firmes, un poco mas adelante fue donde me la encontré. Admito que para mi fue muy extraño, de pronto una desconocida con lagrimas en los ojos me abraza y empieza a contarme su historia. Primero entre llanto, gritos y sentimientos pues yo no le entendía nada. La invite a sentarse y que me contara con calma. Supongo que necesitaba hablar.

Lo primero que me quedo muy claro es que sus lágrimas no eran de dolor, si no de coraje y lo segundo que me quedo claro es que no somos tan distintos.

Ana es una de esas mujeres con un rostro lindo, sin embargo no es una mujer que llame la atención por su belleza, de hecho tiene algo que no se ve a la primera, los ojos o el escucharla, la actitud quizá. De esas mujeres inteligentes, decididas, atormentadas, de las que cargan muertos, de las que no pueden extender sus alas pues un peso enorme las ata al suelo.

Cuando se hubo tranquilizado me miró horrorizada y me pidió disculpas, sin embargo me dijo que ya habiendo empezado a contar debía terminar, yo esperaba que por lo menos empezara pues seguía tan sorprendido como cuando me abrazó.

Su historia tenía que ver con un hombre, alguien importante en su vida, alguien a quien amó o aun amaba, pues no atinaba a aclarar la cuestión de los sentimientos. Putos hombres, decía y yo no podía mas que sonrojarme un poco ante esa expresión. Entonces, continuaba contando, le di todo, me entregue, me hizo daño, me pegó, me engañó, me mintió, me humilló, me lastimó; entonces los ojos se le llenaban de lágrimas como al principio, finalmente tras intentar controlar el llanto y con la voz quebrada dijo: lo permití, todo eso yo se lo permití. Sus palabras me conmovieron tanto que ahora fui yo quien la abrazó, ella correspondió al abrazo y no había nada más que decir. Después de un rato noté que era ella quien me consolaba. Me avergoncé, limpie mis lagrimas y le pedí que continuara. Me pidió perdón y me pidió volver, dijo, le dije que no, le pegue, le rasguñe la cara, me insulto, lloró y pidió perdón nuevamente, ¿dije que me pego respondiendo a mis golpes?, le dije que no quería volver a verlo, porque no se me daba la gana y salí de ahí. Antes de encontrarte juré no volver a verlo, que no me volvería a poner una mano encima, entonces te encontré y ahora eres tu quien llora.

No puedo explicar por qué no podía parar de llorar, sin embargo la entendía y un impulso protector me arrojaba a sus brazos, juro que no tengo complejo de Robin Hood, simplemente hay algo en ella. Desde hace un par de meses Ana y yo salimos con cierta frecuencia, no se bien por qué, disfruto su compañía y es extraño pues hay algo casi mágico que nos une. No la veo como la mujer de mi vida solo me siento bien a su lado y aun cuando es verdad que me gusta y que sé que me corresponde por salud de ambos hemos procurado no involucrarnos. Quizá si ella ni yo estuviéramos tan lastimados seriamos una linda pareja, quizá si no estuviéramos tan lastimados jamás nos hubiéramos encontrado. Quizá lo nuestro sería estar juntos por siempre. Quizá ella lo sabe más que yo, pero hasta que se acaben los fantasmas, hasta que se vayan los muertos seremos simplemente ese par de almas en pena vagando solitariamente juntos.

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